Historias de brujas &duendes
Las brujas y los duendes son personajes conocidos
universalmente, en todos los rincones de la tierra hay brujas; se conocen sus
leyendas se les atribuyen tales o cuales características, según el lugar y las
creencias de sus moradores. La bruja más conocida es aquella vieja sin dientes,
de boca grande, mejillas flácidas, con un sombrero puntiagudo, fumándose un
largo tabaco y montada en una escoba, volando por los aires.
La bruja llanera, en cambio, surgió de las mentes
campesinas como una mujer hermosa que vuela desnuda, que pernocta con el diablo
y que tiene el poder de transformarse; que baila en partes desoladas en
compañía del demonio, que forma parte del harén de éste y que está bajo su
dirección y ayuda.
Su forma más corriente para transformarse de un lugar a otro
en sus diabólicas andanzas, es la de una pizca (pava). Es un animal enorme que
azota los techos al posarse encima de las casas y las ramas de los grandes
árboles.
Muchas veces, en la oscuridad de la noche y a horas
avanzadas, se oye su estruendoso volar que pasa raudo, el aletazo del viento le
pega a uno en la cara y después se oye su horrible y sonora carcajada.
Otras veces se pueden sorprender a todas las de la vereda o
pueblo reunidas; porque es preciso advertir que las brujas son siempre mujeres
de la región, pervertidas, hechiceras, adúlteras o de malas artes que hacen
pacto con el maligno para poder ejercer su abominable profesión, y se pueden
ver, digo, en sus danzas, festines y bacanales, en amplios descubiertos o
limpios, en medio de los montes, en las sabanas o en los llanos deshabitados
(peladeros de las brujas).
(En la Imagén Pava o pizca: Animal de monte)
Para ello hay que ir en silencio, con la brisa de frente y
ni por nada del mundo, ir a mencionar una oración. Así se podrán ver sus danzas
profanas, sus hechicerías, sus ritos infernales, y sus macabros festines de
cadáveres y oír sus risas, sus maldiciones y blasfemias.
Cuando se nota que está siendo atacado por una bruja, de
noche, se escuchan sus risas en la oscuridad y si se quiere conocer en persona
para descubrirla, hay que invitarla a volver de la siguiente forma:
¡Mañana vienes por sal soooooooooo... condenada!
Al otro día sin falta, viene en persona común a la casa a
perdir prestada una taza de sal, y así será reconocida.
Su ataque consiste en perder o embolatar en el camino, a los
borrachos, a los enamorados y a los que andan en malos pasos.
De noche, cuando todos duermen, les chupan la sangre a las
personas en cualquier parte del cuerpo, con preferencia en los muslos o en el
cuello. Se roba los bebés y perturba y trasnocha a los que se les ha
encomendado perseguir.
Las brujas se ahuyentan con escapularios o medallas o
llevando ajos o cabalongas en el bolsillo; las viviendas se rezan y se rocían
con agua bendita, yerbabuena, albahaca y otras yerbas aromáticas. A los niños
se les pone una pulserita de hilo con un azabache.
Los duendes también tienen sus costumbres y leyendas
propias. Son perversos, impertinentes y traviesos estos pequeños demonios que
todo lo embrollan, todo lo esconden y en todas partes están metidos. Una casa
invadida de duendes es una casa “patas arriba”, endemoniada y sin sosiego.
Su especialidad es perseguir a las muchachas casaderas, a
quienes perturban de una manera tal, que muchas veces las idiotizan y las hacen
hasta enloquecer las persiguen de día y de noche, sin tregua, hasta que la
muchacha se desespera y enferma.
Cuando charlan con el novio, por ejemplo, la tocan, la
llaman, le hacen ruidos extraños. Le esconden los utensilios de cocina o de
costura, hasta que fastidiado éste por lo que cree un “problema” de su novia,
se va enojado, y muchas veces rompe con ella.
Una muchacha perseguida por los duendes casi nunca se puede
casar porque ellos lo echan todo a perder. De noche las llaman las tocan, les
ocasionan pesadillas y malos sueños y muchas veces los padres las han detenido
en el patio, arrastradas misteriosamente por los duendes.
Los llaneros tenían un medio muy eficaz para curar una casa
infestada de duendes. Con tal fin, y exclusivamente para ello, se construían
unos tiplecitos especiales, de ocho cuerdas, sin agrupación de orden como el
tiple.
A este tiplecito había qué darle un temple, también,
especial, y era éste el único problema para la operación, porque no todos
sabían dárselo, sino, que, muchas veces, en una región muy extensa sólo había
uno que podía hacerlo bien.
Esta persona solía ser siempre un anciano muy antiguo que
por lo regular se sabía todas las artes y triquiñuelas del pasado.
Una vez templado el tiplecito en esta forma, se ejecutaba el
llamado. Antiguamente “son de las vacas”, y los duendes huían como por encanto.
Era tan efectivo este procedimiento, que con sólo templar el
tiple, con su temple auténtico y dejarlo por ahí en un rincón de la casa donde
hubiera tales duendecillos, éstos, después de volver pedazos el instrumento, de
destrozarlo totalmente, se iban y no volvían jamás. Otras veces se templaba el
tiple y se tocaba una cuerda poco a poco, sin ser el “son de las vacas”, y los
duendes desaparecían.
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